domingo, 6 de abril de 2014

Una lectura de Piedra, papel o tijera de Inés Garland


  Lo primero que me sale decir es que fue un libro que me sacudió en un fin de semana de lluvia o como le dije a la mismísima Inés agradeciendo los placeres que facebook nos da a los nacidos en esta era digital: ¿La lluvia y el fin de semana me regalaron “Piedra, papel o tijera” o será que la novela me regaló otra lluvia, otro fin de semana?

  Si de experiencias literarias hablamos, me quedo con la segunda pregunta y remarco la palabra experiencia para decir lo que viví este fin de semana con la novela. No sé si tanta humedad o si el grado, el trabajo sobre la verosimilitud de la autora, o si ambas cosas se conjugaron para que de repente en la cama o en el patio con el mate, en verdad me sintiera a orillas del río por las costas del Tigre.
 Para enmarcarla (aunque no le hace falta) podríamos decir que se trata de una novela de iniciación en muchos sentidos: iniciar la amistad, inaugurar los agridulces del amor, la iniciación sexual. Una nena de diez años que se convierte en una adolescente de 17 y que casi al final de la novela, se pregunta (y con ella lxs lectores nos preguntamos): “¿Quién era yo ahora?” Una pregunta que inicia pero que cierra al menos la época en que Alma, nuestra heroína, se hacía preguntas más ingenuas.
 Es destacable el trabajo que la autora construye sobre la mirada de Alma hacia los demás, como anticipa, imagina o sugiere lo que lxs otrxs pueden estar pensando. Y más encantadoras son las elipsis y las anticipaciones que este personaje que ahora narra de adulta, aproxima en su relato como una forma de hilar a lxs lectores, encantarlxs, iniciarlxs junto con ella en los umbrales de la infancia, en la inquietud de la adolescencia, en la ruptura con los padres, en fin, con la vida.
 Una novela que cruza clases sociales y mundos que parecen irreconciliables menos en el amor. Y de fondo aunque también de telón, el contexto político social de la última dictadura militar, los ecos del “algo habrán hecho”, la militancia, la literatura ahí operando como instrumento de lucha en un cuarto perdido entre los juncos del Tigre. Lo terrible de la tortura, el fusilamiento, el despojo de la identidad. Pero no se trata de una novela que retoma el tema para exprimirlo sino que nos sacude, nos deja con la piel de gallina porque no es fondo sino que resuelve conflictos latentes de la novela, se hace carne y uña con la realidad, arrastra al personaje irremediablemente a preguntarse con todo el peso de la pregunta: “¿Quién soy?”

“Piedra, papel o tijera” indudablemente me regaló otra lluvia, otro fin de semana, otra experiencia literaria.